La terapia cráneo-sacral está basada en la «escucha» del movimiento rítmico del líquido que protege el sistema nervioso central y la sutil manipulación de ese pulso
La respiración y los latidos del corazón no son los únicos movimientos rítmicos de nuestro cuerpo. Existe un latido más profundo e íntimo: la lenta circulación del líquido cefalorraquídeo que recubre el cerebro y la médula espinal, dentro de la frágil bolsa formada por las meninges. Y ese pulso que se repite entre seis y doce veces por minuto habla de nosotros, de nuestra salud y de nuestras emociones. Así lo asegura José Luis Pérez Batllé, presidente en España del Upledger Institute, institución creada por el inventor de la terapia cráneo-sacral. La «escucha activa» y la manipulación sutil del sistema cráneo-sacral mediante suaves toques con las manos del terapeuta, afirma Pérez Batllé, ayudan al cuerpo a poner en marcha su capacidad de autocuración para restablecer el equilibrio.
¿Y qué ‘estresa’ al sistema cráneo-sacral? El osteópata explica que la tensión o traumatismo original puede tener lugar antes, después o durante el nacimiento. En el primer caso, por ejemplo, la vida intrauterina puede ser dura para un mellizo que recibe la presión constante de su hermano sobre su columna o su cráneo aún inmaduros. En el segundo, lo que tensiona ese delicado sistema es un «culetazo» -directo al coxis, extremo inferior de la columna-, un golpe en la cabeza o el típico latigazo cervical producido por un accidente de tráfico.
Pero uno de los acontecimientos más traumáticos de la vida es, precisamente, nuestro estreno en ella. Pérez Batllé recalca que la atención obstétrica excesivamente intervencionista de nuestros días da lugar a un desmesurado número de cesáreas -en torno al 25% de todos los nacimientos en España y hasta el 50% en las clínicas privadas- y a demasiados partos con fórceps y ventosas. Incluso en los partos ‘normales’, los bebés son sacados estirando de su cabeza, porque, con su madre en la antinatural posición de tumbada, «no está trabajando la primera ‘matrona’, que es la gravedad».
Todos estos tirones y presiones se producen sobre un cráneo que no está totalmente osificado: las articulaciones del cráneo (fontanelas) no quedan cerradas hasta el segundo año de vida del niño.
Arrastrar problemas
Con todo ello, asegura el terapeuta, «gestamos enfermedades que arrastramos durante el resto de nuestra vida». A veces, incluso, los síntomas aparecen en regiones alejadas o aparentemente no relacionadas con el sistema nervioso central: eso se debe a que todos los nervios están conectados a ese sistema, incluidos los que controlan el aparato digestivo y respiratorio.
Aparte de desórdenes neurológicos y sensoriales, señala Pérez Batllé, la terapia cráneo-sacral puede ser útil para corregir asimetrías craneales y posturales, cifosis, escoliosis y asimetrías pélvicas, enfermedades respiratorias y problemas digestivos, entre ellos el cólico del lactante. Según sus defensores, también puede ayudar a resolver problemas de atención e hiperactividad, trastornos de aprendizaje y algunas alteraciones psicológicas, como las fobias. Esto ocurre porque los tejidos «tienen memoria»: sobre ellos quedan marcados no sólo los traumas físicos, sino también los emocionales, asegura Pérez Batllé.
Este especialista apunta que la terapia cráneo-sacral puede aplicarse a cualquier edad. En general, cuando se practica sobre bebés es más eficaz, no sólo porque la lesión es más reciente, sino porque los niños pequeños son sumamente «abiertos» y no pueden cuestionarse el tratamiento como hacen los adultos.
¿Cómo tratan estos terapeutas el armazón meníngeo, que se encuentra protegido por el cráneo y la columna vertebral? «No podemos acceder directamente a él, ni manipularlo como una vértebra o un músculo, ni someterlo a presiones profundas», explica el experto. Lo que permite al terapeuta «conectar» con esas membranas es el el ritmo cráneo-sacral, imperceptible para el ojo pero que unos dedos entrenados pueden ‘escuchar’. «Cuando contactamos con ese ritmo, sabemos en qué situación está el sistema cráneo-sacral: sabemos si tiene tensiones, si está alterado. La técnica consiste en inducir una relajación membranosa de ese sistema apoyando la armonización de ese ritmo y la relajación de las meninges». En ocasiones, se aprecia una aceleración del ‘pulso nervioso’ -más de doce ‘latidos’ por minuto-; otras veces, una deceleración -los pacientes en coma bajan a dos por minuto-. Pero también pueden indicar tensión las asimetrías en el ritmo.
Esa ‘escucha’ se realiza con un «tacto sutil, de 5 gramos», similar al peso ejercido por una moneda de 10 céntimos. «Es tan suave que algunos pacientes se preguntan: ‘¿Qué me estará haciendo?’ o ¿Cuándo empieza esto?’».
Asistentes del cuerpo
Pérez Batllé, titulado en Osteopatía y formado por el doctor John Upledger como terapeuta cráneo-sacral, destaca que la terapia se aplica a todo el cuerpo. Primero se ‘liberan’ los diafragmas pélvico y respiratorio. Después se trabaja la base del cráneo, intersección entre el cráneo y las cervicales y lugar de origen de un gran «ramillete» de nervios. A continuación se aplica el tacto a los huesos y articulaciones de la cabeza, la cara y el interior de la boca. También se aplica a las vísceras y los músculos.
«A partir de ahí, se desencadena el proceso de autocuración. El organismo se relaja un poco en el nivel del trauma y busca su estado original», afirma el también profesor de terapia cráneo-sacral y de la Sociedad Internacional de Osteopatía. En esta práctica no invasiva y respetuosa, asegura, «el protagonista es el paciente, no el terapeuta. No somos más que asistentes del cuerpo, de ese sabio mecanismo que es el ser humano. El organismo tiene más medicinas que cualquier farmacia; sólo hay que lograr que las reactive»